ROSA_MUOZ

UNA HISTORIA DE CARIDAD HECHA HOSPITALIDAD


Esta historia quiere recordar la historia de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Congregación que nació en 1804 en la ciudad de Zaragoza (España), en el Hospital Real y General de Nuestra Señora de Gracia.

Jóvenes catalanes, 12 hombres y 12 mujeres (una de ellas María Rafols), junto con Juan Bonal, el sacerdote que les acompaña, recorren media España para llegar a Aragón y trabajar en el Hospital, junto a los enfermos.

Esta historia está inserta en la que llamamos Historia de Salvación (manifestación de Dios y reconocimiento de parte del ser humano de la presencia de Dios en la historia. Está recogida en la Biblia). Nuestra Congregación por sí misma no tiene razón de ser, sólo desde el descubrimiento de la llamada de Dios, en la realidad que nos rodea y de su envío a ser manifestación de su amor, esta historia tiene sentido. 

Una de las características del Dios del cristianismo es la Misericordia, Dios nos ha creado a su imagen y semejanza (Gn 1, 27), y ser imagen de Dios significa ser Misericordia, practicar la Misericordia. Y ¿qué es la Misericordia? La tradición profética comprendió que no había “nada como la querencia materna hacia el fruto del vientre” para hacer entender, para ofrecer una imagen que nos muestre casi palpablemente “la ternura originaria y plena de Yahvé por sus criaturas”. 

El Dios de la tradición Bíblica es un Dios de entrañas de misericordia. La motivación para amar no es originariamente el mal o la desgracia, sino una realidad más primigenia: la filiación, la fraternidad. Este movimiento de amor hacia el semejante, que lleva a arriesgar la vida para rescatar la de la indigencia, está en la entraña del cristianismo y en nuestra historia congregacional.

D. Mariano Pin, Presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, el 15-octubre-1923, al descubrir la lápida dedicada a María Rafols, en la calle que desde entonces lleva su nombre dijo: “La calle de la Misericordia no ha cambiado de nombre: Rafols y Misericordia suenan lo mismo”.

Y esto que decimos de María Rafols lo afirmamos también de la comunidad de hermanas y del P. Juan Bonal, todos ellos hicieron de su vida entrega, lucha por paliar y transformar lo inhóspito de la España de principios del siglo XIX.

Al recorrer sus vidas vemos cómo el Amor, la caridad, la compasión, la entrega, el riesgo, la hospitalidad… en una palabra, la Misericordia están en ellos: Dejaron su tierra natal, Cataluña, sintieron cerca el dolor del que sufre y no escatimaron esfuerzos para consolarle en el Hospital de Gracia, se prepararon para mejor servir examinándose de flebotomía, vivieron la guerra de los Sitios de Zaragoza, estuvieron cerca de los condenados a muerte, de los niños abandonados, compartieron su comida, cuidaban también de los soldados enemigos, algunas de ellas murieron jóvenes contagiadas en las epidemias…

Juan Bonal, alejado del Hospital, de pueblo en pueblo, confesando y predicando, buscaba limosna para atender a los enfermos.

En la actualidad, la Fundación Juan Bonal, que nace en el año 2.000, es heredera de este espíritu que animó a los Fundadores y las primeras Hermanasen favor de los necesitados y vulnerables y sigue buscando medios económicos para ayudar en las distintas necesidades.

Toda carencia encuentra eco en la Fundación pero los niños son nuestra debilidad: alimentación, salud, educación, juego… intentamos que tengan cubiertas las necesidades básicas, para que lleguen a ser ciudadanos de primera.

Y en colaboración con las Hermanas de la Congregación, a lo largo y ancho del planeta, en los cinco continentes y sobretodo en el hemisferio Sur, y contando con la ayuda de los donantes, instituciones y Gobiernos… contribuimos en hacer un mundo mejor, queremos vivir la Misericordia legada por Jesucristo y por todos los que nos han precedido a lo largo de esta historia de Salvación.

A lo largo de estos años de existencia de la Congregación, han sido muchas las hermanas que han dado su vida para hacer un mundo mejor, viviendo la Misericordia legada por Jesús a sus discípulos y concretada en la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) “Ve y haz tú lo mismo”.

Una de esas hermanas, como muchas otras, sintió un día en su corazón la llamada de Jesús, “ve y haz tú lo mismo” “la mies es mucha y los obreros pocos”. ¿No es necesario en nuestro mundo un gesto de amor, de misericordia? ¿Y por qué no arriesgarse con los más pobres y necesitados, los más necesitados?

Después de una preparación académica (religiosa y profesional) fui a tierras de África a compartir mi ser y mi hacer con los que menos tienen, en los campos de refugiados de Goma junto con otros voluntarios y trabajando en equipo, intentamos disminuir el dolor de los ruandeses por la pérdida de todo lo que tenían en su país. Con ellos fui aprendiendo a ver que la Vida es más fuerte que la muerte. Después de salir con lo puesto y las manos vacías, fueron capaces de crear un lugar donde vivir y hacer que la vida siguiera: en distintas circunstancias pero Vida. Las gentes se casaban, los hijos seguían naciendo, empezaron a cultivar para poder seguir comiendo y los encuentros para rezar seguían teniendo lugar… 

Más tarde fui enviada a Rwanda, y allí me encontré de nuevo con el pueblo ruandés, fuerte, silencioso, luchador. Trabajábamos en un Centro de Salud, allí fui aprendiendo cómo utilizar lo que había aprendido en la Universidad para poder solucionar los problemas de los habitantes, pero con escasos medios, viví mis primeras crisis de no tener lo que se necesita para poder atender a los enfermos y aprendí a actuar con lo que tenía, también descubrí que sólo Dios merece nuestra vida ¿Se puede morir por dinero? Vivíamos una situación políticamente inestable. Hace justamente 15 años por estas fechas, salimos andando del país y después de pasar una semana en la selva, volvimos a España.

Una vez en España y después de un tiempo de recuperación por lo vivido, fuimos de nuevo a África. La llamada esta vez venía del Congo. ¿Cómo volver a África después de una experiencia difícil? “Sólo desde la fe y desde la fuerza de la juventud, se pueden hacer algunas cosas”, escuché decir en algún momento. Y estoy de acuerdo con ello. Junto con otras hermanas, nos fuimos de nuevo a África, a la República Democrática del Congo. Una nueva realidad, gentes diferentes. Nada mas llegar, y casi sin deshacer las maletas, las gentes llamaban a nuestra puerta pidiendo nuestra colaboración para curar a los enfermos.

Gracias a las ayudas de muchas personas, gobiernos, etc. pudimos ir creando condiciones dignas para que los niños pudieran aprender y los enfermos fueran curados en condiciones dignas y según sus necesidades. Junto a ellos fuimos trabajando y pudimos vivir el encuentro entre las culturas, poco a poco fuimos compartiendo lo que cada uno era y tenía y poco a poco fuimos comprendiéndonos. Pudimos hablar de lo que significaban los misioneros para ellos, en mucho casos se piensa que fueron a enriquecerse con sus riquezas pero también valoran la persona de Jesucristo y la nueva visión de la realidad que Él les ofrece.

También trabajamos con los niños en edad preescolar, tienen una capacidad enorme de aprendizaje y uno de ellos salió de la clase soñando con una casa de cemento después de haber visto la película de los tres cerditos, tenía 5 años. 

No quisiera que una imagen errónea se creara de los misioneros, yo en concreto, experimentamos mucha impotencia, limitación, intentas hacer lo poco que está en tus manos y ante todo transmitir al que nos ha enviado, pero no es fácil. Tampoco África es un cúmulo de miserias y niños gorditos, llenos de moscas y todos malnutridos. Es cierto que esto existe en algunos lugares, pero no es lo único. Junto a estas imágenes existe mucha dignidad, gentes que no se arredran ante las dificultades aunque a veces se resignen, que viven sus vidas felices, agradecidas y esperanzadas. 

Yo creo que vivimos un momento importante en nuestro mundo. Es verdad que es difícil. Se están desmoronando las estructuras en las que nos apoyábamos: gobiernos, partidos políticos, estructuras eclesiales, relaciones entre hombre y mujer, padres e hijos. Estamos cuestionando casi todo; casi nada nos satisface…, y con tantas cosas como se tienen en Europa (en África se piensa que es El Dorado) no se vive satisfecho. De nuestras actitudes dependerá lo que ocurra después. No pensemos en nosotros mismos solamente, en nuestra realidad como si no existirá nada más. Que los medios de comunicación nos ayuden, no sólo a descubrir sitios exóticos para viajar, sino realidades con las que compartir. ¡No agrandemos el desnivel entre pobres y ricos! 

Recuerdo que un profesor un día nos decía: En un principio el hombre se hizo pequeñito y ponía en Dios la respuesta a todas sus preguntas, como consecuencia Dios era muy grande. A medida que el hombre iba descubriendo y dando respuesta a estas preguntas el hombre se iba haciendo grande y Dios muy pequeñito ¿No estamos en un momento parecido? ¡Hay que encontrar a Dios en el interior de nosotros mismos! 

“Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó… y se encontró un malherido en el suelo, se acercó, vendó sus heridas y lo llevó a la posada…   y después se nos dice: ¡Haz tú lo mismo”!

Fdo. Rosa Muñoz Andrés
Misionera de la Congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana.