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ABOMINACIÓN Y NECESARIO ELOGIO DEL CORTEJO

Conviene decirlo cuanto antes: el cortejo, entendido como el ordenado y paciente despliegue de encantos para procurar el amor de una mujer, es hoy una rareza, un comportamiento excéntrico y fuera de lugar cuando lo inmediato impera. Una forma, pues, anacrónica y pelma de abordar a quien despierta primero nuestro interés, para luego encender nuestro deseo.

Encuentros fugaces, relaciones intensas y múltiples, directos abordajes, mal admiten en estos tiempos donde todo es, como poco, urgente, un ritual de pasos sucesivos y conquistas lentamente alcanzadas en la siguiente cita. Y todas ellas, además, arrebatadas, imprescindibles, cada una con su hallazgo menor de afinidades desconocidas hasta entonces, con su pamplina. Porque pamplinas son tanto rodeo, tanta insinuación, tanto “vas muy deprisa, Miguelito”, aunque te llames Carlos, con la copa medio llena, la música sonando y otras candidatas a la espera, más jóvenes quizá, más accesibles, dispuestas y al acecho.

Seamos claros: un nanosegundo es, a veces, mucho tiempo.

Pero, citando el título de una película del coreano Hong Sang-Soo, “la mujer es el futuro del hombre”. En la acera de los pares de cualquier calle, a la distancia de una mirada y un bordillo, puede ocurrir el milagro que salvará nuestra vida. Ella al cruzarse distraída, deslumbrado tú, por único testigo algún viandante ajeno, un banco, una paloma. Y ambos descubriendo el temblor. Encantados, literalmente.

Entonces, todo se convierte en un indicio de cuanto vendrá después. Seducción y cortejo. Sin prisas.

 RAFAEL SOLER
12-7-2011