SADABA

 

                       NO LO ENTIENDO

   Sócrates decía, con ironía, desde luego, que no sabía nada. El pedante, por el contrario, dice saberlo todo. Con Sócrates o sin Sócrates hay cosas que es difícil o dificilísimo saber. Porque se escapan a nuestra especialidad, porque son en sí mismas complicadas o porque nuestras neuronas no están a la altura de lo que se nos dice. No somos dioses ni supermanes y al mas superdotado se le escapa una tontería. En los casos en los que no entendemos la decencia intelectual exigiría confesar, sin más o a la espera de una ulterior explicación, que no entendemos. Es raro, es excepcional, sin embargo, encontrarse con personas, y nada digamos con colegas que, con sinceridad, reconozcan que no entienden un razonamiento, una conducta o un libro. Lo entienden, eso dicen, todo. Se parecen a Santo Tomás cuando le preguntaron cuál había sido la mayor de las gracias que había recibido del bondadoso Dios. Despues de pensárselo un buen rato contestó de la siguiente manera: “haber entendido todo lo que he leído”. Pero no todos hemos recibido tantos dones como el santo ni espíritu alguno se ha derramado sobre nuestras neuromas para que penetremos en la esencia de las cosas como si fuéramos pequeños o grandes dioses. Lo normal, conviene repetirlo, es que a uno se le escapen mil detalles de la realidad, que la mente se ponga en marcha con más torpeza de lo que deseamos, que necesitemos darle vueltas y vueltas a lo que se oye, se lee o se discute.Y nadie nos libra de caer en la mera ficción, en tomar como hechos indudables o trozos incontrovertibles del saber lo que no es sino fruto de la fantasia o del autoengaño.

   Me recuerda esta autoproclamación de sabiduría a aquellos que, con la boca chica o con gestos grandilocuentes , sostienen que han leído todo sea el que sea el autor al que nos refiramos. No habría línea de Platón, de Aristóteles o de Kant, por poner tres ejemplos ilustres y que son el suelo de la cultura en la que nos sustentamos, que se les haya escapado. No hace falta recordar que solo los Diálogos de Platón ocupan muchos tomos, que Aristóteles escribió de lógica (¿tambien la entienden sin pestañear?) , de metafísica, de física, sobre los animales, el derecho,  la moral, la poética, la retórica, la dialéctica y, a buen seguro,  quedan aún matérias en el tintero a las que dedicó su talento. Por no hablar del mucho mas cercano Kant. De este autor existen obras que tratan de tantas y tan variadas matérias, algunas escritas, por cierto, en latín que asusta solo contemplarlas. Y dentro de las más conocidas, es el caso de las Críticas, no es fácil leerlas de modo completo. Es imposible, por tanto, y es una obviedad, decir que se ha leído todo o casi todo. Es imposible leer de arriba abajo y hasta las comas a autores, y es solo un ejemplo, como los citados. Pero la vanidad, congénita a los humanos que diría Schopenhauer, nos vence. Y la pedantería se impone. Es curioso que la etimología de “pedante” esté emparentada con la de “pedagogía. Ambas provienen de “país” en griego niño. Son, en consecuencia, cosas bien distintas. El pedante ni enseña ni aprende que es lo opuesto a la actitud pedagógica. Un poco de modestia, en suma, nos vendría bien a todos. Se ganaría en comunicación fluida, confianza e incluso en inteligencia. Y se usaría mejor el verbo “saber”, además de que leeríamos si no más, sí más a gusto. A gusto con uno mismo que es lo que importa

Javier Sádaba
Filósofo. Catedrático de Ética y Filosofía de la Religión.
Universitad Autónoma de Madrid