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El día 3 enero de 2012, ha fallecido en Madrid el guitarrista sevillano, nacido en Marchena hace 61 años, ENRIQUE DE MELCHOR, uno de los grandes del flamenco junto a Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar. Enrique, hijo del mítico guitarrista Melchor de Marchena, comenzó su carrera artística en el Tablao Los Canasteros de Madrid y desde entonces  ha acompañado a las grandes voces del flamenco:  Antonio Mairena, Manolo Caracol,  Camarón de la Isla, La Perla de Cádiz, Roció Jurado,  José Mercé, Fosforito, El Lebrijano, José Menese, Carmen Linares. Como solista ha actuado en el Teatro Real de Madrid, el Quenn Elizabeth de Londres o el Liceo de Barcelona, donde acompañó a Monserrat Caballé y José Carreras. Como artista  tenía un sello propio, era un gran guitarrista de cantaores, un grande del flamenco y amante de lo profundo, de lo «antiguo» como él solía decir. En Guadalajara, en la Fundación Siglo Futuro, ha actuado en cinco ocasiones, y en el año 2010, en la  XVIII Cumbre Flamenca,  se le tributó un gran homenaje. Dijo en público que llevaba a Guadalajara y a la Fundación Siglo Futuro en el corazón. Le unía una gran amistad, desde hace más de 20 años, con el Presidente de la Fundación, Juan Garrido.

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POEMA EMOCIONADO DEL ESCRITOR Y POETA ANTONIO HERNÁNDEZ DEDICADO A ENRIQUE DE MELCHOR:

 
«ESTA MAÑANA MISMO»

Esta mañana he asistido

al entierro de Enrique

de Melchor, que era

un corazón repleto de noticias enigmáticas.

Me atreví a mirarlo

en el velatorio

y vi que estaba a solas

con su claridad energúmena,

de tan vasta, de tan estelar.

Debí de rezar por su alma

que ya seguramente

estaría en otro sitio

menos emocionado,

más lleno de estrellas

como cuando en la noche

se ve la desnudez

ferial del cielo

desde el campo. Debí

decirle algo, amigo,

nosequé, decirle

que sin que él lo supiera

más de una vez besé sus manos,

decirle que su música

ya sería siempre un trozo de pan

tierno, reciensalido

del horno, que gracias a él su raza

de siempre perseguida

dejaba escapar el trigo

entre sus dedos, lo donaba

para hogaza de espíritu

aunque nadie entendiera ese milagro,

y que la Muerte, no la suya,

la que nos busca a todos,

ya no tenía escapatoria

tras el asedio de su guitarra.

Y no lo hice. Debí

pero no lo hice. Hubiera

sido inútil luchar

contra el Reclutador que no se cansa,

el que tiene las manos amarillas

de segar y segar.

Para mi amigo Juan Garrido, justo a mi lado en se momento.