ACCIDENTES NUCLEARES, TERREMOTOS Y OTRAS AMENAZAS MODERNAS
La técnica y el conocimiento de la naturaleza han alcanzado niveles desconocidos hasta la fecha. Nuestra civilización, nuestras formas de producción y de consumo, de vida en suma, están fuertemente influidas por el desarrollo tecnológico. En la época en que estamos podríamos destacar las tecnologías de la información como las más influyentes. Las comunicaciones, Internet y los medios de transporte han convertido nuestro mundo en más pequeño y más interconectado, para lo bueno y para lo malo. Las tecnologías de la información facilitan la globalización capitalista pero también la conexión entre las sociedades y los ricos intercambios culturales. Las revueltas árabes y el movimiento del 15 de mayo no habrían sido lo mismo sin las posibilidades que otorgan las redes sociales y estas nuevas tecnologías. Sin embargo, los avances científicos y tecnológicos todavía no son capaces de librarnos de forma segura de todos los riesgos y amenzas. Como tampoco se ha conseguido que las ventajas de estos conocimientos alcancen a todos los seres humanos por igual. Por un lado, la capacidad tecnológica y el conocimiento alcanzados no lo pueden todo, puesto que existen todavía grandes incógnitas que resolver. Y por otro lado, las sociedades realmente existentes presentan unas dinámicas que dificultan la aplicación del conocimiento para el beneficio de las personas. Existen grandes poderes económicos con sus intereses existen también dinámicas no democráticas que no atienden a los intereses de sus ciudadanos.
Todas estas circunstancias entrelazadas hacen que la tecnología no sólo no haya resuelto muchos problemas que están a su alcance, sino que haya hecho emerger riesgos nuevos que antes no teníamos planteados como seres humanos. El cambio climático es seguramente el mayor de esos nuevos riesgos globales, que son hijos de la aplicación de ciertas tecnologías, como la quema de combustibles fósiles para el transporte y la producción de energía.
Otro ejemplo de riesgo moderno es el riesgo nuclear. La aparición de las tecnologías nucleares en el mundo fue bastante desgraciada puesto que se usaron por primera vez para fabricar bombas nucleares. La conferencia Átomos para la Paz, que se celebró en 1958 auspiciada por la ONU, no mejoró las cosas. Se nos prometió que el átomo nos traería bienestar, energía barata, capacidad par librarnos de muchas amenazas naturales. Sin embargo el tiempo ha demostrado cuán falsas eran esas promesas. Y, dados los resultados, uno no puede dejar de dudar que la verdadera motivación fuera el bienestar social.
Las centrales nucleares proveen aproximadamente el 6% de la energía consumida en el mundo (dependiendo de la metodología que se use para este cálculo, este porcentaje se reduce a la mitad) y se concentran en los países industrializados y en los emergentes. A cambio, nos tenemos que enfrentar a serios inconvenientes como la generación de residus radiactivos, la amenza de proliferación nuclear, la contaminación radiactiva,… y el riesgo de accidente. Y es que la reacciones nucleares de fisión son intrínsecamente inseguras y es imprescindible la intervención humana para mantenerlas bajo control.
El accidente de Fukushima añade un factor nuevo en la discusión sobre el riesgo nuclear. Hasta este momento, los iniciadores de los accidentes eran interiores a las centrales: En los accidentes de Chernóbil (Ucrania, 1986) y Three Miles Island (Penslvania, EE. UU, 1979) las causas hay que buscarlas en el diseño de los rectores y en errores cometidos por los operadores. Sin embargo, en Fukushima aparecen factores nuevos, exteriores a la central e impredecibles para los humanos: el terremoto y el tsunami.
Los humanos le debemos mucho al conocimiento científico y al desarrollo tecnológico. Nos han permitido luchar contra el oscurantismo y contra la enfermedad, haciéndonos más libres, y nos permite alcanzar mejores condiciones de vida. Si pensamos que la tecnología debe existir para hacernos la vida más fácil a todos los ciudadanos, deberíamos abandonar aquellas actividades cuyo uso aumentan nuestro sufrimiento y la incertidumbre en nuestras vidas. Tal es el caso de la energía nuclear.
Es necesario el ejercicio de democratizar la tecnología, de conseguir que la sociedad pueda opinar sobre cómo se usa. Es imprescindible que los ciudadanos cuenten para definir qué desarrollo tecnológico queremos y como ha de aplicarse. Qué actividades deben potenciarse y cuales deben ser abandonadas. Y no es excusa decir que se trata de asuntos muy complejos, fuera del alcance de la ciudadanía. Es posible y necesaria una labor divulgativa para que la gente tenga la imprescindible cultura científica como para entender los riesgos modernos. Así como son necesarios los científicos y tecnólogos críticos que tomen la palabra y actúen ante estos desafíos.
FRANCISCO CASTEJÓN
Investigador. Responsable de la Unidad de Teoría de Plasmas del Laboratorio Nacional de Fusión. EURATOM – CIEMAT
Coordinador y portavoz de ECOLOGISTAS EN ACCIÓN en materia de energía nuclear.