UTOPÍA, ESPERANZA, POSIBILIDAD. CRÍTICA Y HERENCIA EN LA FILOSOFÍA DE LA RELIGIÓN DE E. BLOCH
JUAN JOSÉ TAMAYO, Religión, razón y esperanza. El pensamiento de Ernst Bloch, Valencia, Tirant Humanidades, 2015, pp. 326.
Antonio Pérez Quintana
Universidad de La Laguna
E. Bloch es el gran filósofo de la utopía del siglo XX. Ante la crisis que atenaza a la época en la que comienza a formarse su pensamiento, y en claro contraste con otros filósofos contemporáneos a los que la situación lleva a hablar de ser-hacia-la-muerte, de nihilismo, decadencia o desesperación, Bloch propone una filosofía de la acción que presupone que muchas cosas son posibles, que cabe esperar y que tiene sentido soñar. La de Bloch es una filosofía de la “utopía concreta”, de la “esperanza fundada” y de la “posibilidad real”, una filosofía que recupera para el marxismo el denostado concepto de utopía, liberándolo de las connotaciones peyorativas que tuvo en los grandes clásicos del marxismo. Bloch está convencido de que lo que criticaron Marx y Engels fue la utopía abstracta de los socialistas utópicos y de que en el marxismo hay espacio para una utopía concreta vinculada a lo realmente posible. Por ello reivindica la utopía, una utopía que no sea una huída de la realidad, sino la proyección hacia adelante del realista soñar despierto, a la que se atribuye la función de ser norma que determina y orienta a la crítica de la realidad mala del presente, motor de la historia, fuerza que moviliza las energías del hombre poniéndolas al servicio de la tarea de cambiar el mundo hacia mejor.
La rehabilitación crítica, partiendo de Bloch, de una utopía no mitificada ha sido el objetivo de algunas de las publicaciones del teólogo y filósofo de la religión J. J. Tamayo. Bloch mismo, su vida y su obra constituyen, en opinión de Tamayo, una poderosa prueba a favor de la tesis de quienes defienden que es necesario recuperar el sentido positivo de una razón utópica alternativa a la razón instrumental, calculadora, científico-técnica que impera en el mundo actual. Esta apuesta por la rehabilitación de la utopía aparece ya en el libro de Tamayo Invitación a la utopía (2012) y ocupa un lugar destacado en el recientemente publicado Religión, razón y esperanza. El pensamiento de Ernst Bloch, que es la segunda edición revisada, actualizada y ampliada con nuevas aportaciones, del libro del mismo título de 1992. J. J. Tamayo, que en sus cursos y publicaciones ha prestado una particular atención a la teología de la liberación, al pensamiento utópico y a la filosofía y la teología de la esperanza, sostiene que precisamente en un momento como el actual, en el que la utopía está tan desprestigiada y desacreditada (se la asimila a quimera y a ilusión vana), es necesario recuperar el sentido positivo de la utopía entendiéndola como la anticipación que se hace en el presente, a partir de la evaluación de la realidad actual del mundo real, de las mejores posibilidades hacia las que puede ser proyectado ese mundo. Es precisamente en tiempos de crisis como el actual, en el que impera la ley del mercado, dice Tamayo, cuando los oprimidos formulan utopías alternativas a la antiutopía de la globalización neoliberal y cuando surgen movimientos sociales portadores de utopía a los que el pensamiento de Bloch puede proporcionar orientación e impulso en su lucha por otro mundo posible.
En El principio esperanza nos insta Bloch a apropiarnos el excedente utópico contenido en las tradiciones estéticas, religiosas y filosóficas del pasado. Ese excedente utópico constituye un fondo de posibilidades aún no realizadas que los hombres soñaron en diferentes momentos de la historia y que la humanidad del presente puede llevar a realidad. Y dado que también la religión, piensa Bloch, ha contribuido a conformar el horizonte utópico del hombre, el marxismo ateo debe declararse heredero de la aportación de las religiones. Religión, razón y esperanza contiene fundamentalmente una reflexión sobre la filosofía de la religión de Bloch. El autor del libro inicia la exposición de su contenido con dos capítulos de introducción a la figura y a la obra del filósofo del todavía-no-ser en los que hace un breve recorrido por su itinerario intelectual, por las influencias que recibió y por los fundamentos de su filosofía (teoría de la utopía concreta, antropología de la esperanza y ontología de la materia-posibilidad), para pasar luego a ocuparse de su filosofía de la religión a la que consagra la mayor parte del libro.
La posición de Bloch ante la religión, con su énfasis en la reivindicación del contenido utópico-revolucionario de la escatología judeo-cristiana, representa una ruptura con los supuestos del marxismo ortodoxo y ha desconcertado a muchos de los lectores del filósofo, llegando a ser objeto de las más duras críticas. Bloch parte de la crítica de Feuerbach a la religión, pero se opone a todas las críticas que se limitan a reducir la religión a ideología, opio del pueblo, mera ficción o vana ilusión. Según sostiene el autor de El ateísmo en el cristianismo, es preciso hacer crítica de la religión, pero también es necesario recuperar su dimensión práxico-utópica. La originalidad de su interpretación de la religión radica en que rechaza la hipóstasis del Dios trascendente entendido como ens realissimum, pero conserva el contenido de lo divino comprendido como ens perfectissimum (superlativo de perfección, no de realidad), como utopía del reino de Dios sin Dios. La religión, expone Bloch, es expresión de deseo humano que apunta al futuro, y la crítica atea de la religión ha de retrotraer los contenidos de la esperanza religiosa al deseo humano reinterpretándolos como elementos del reino de la libertad.
Al repensar el fenómeno de la religión desde la perspectiva de la esperanza, destaca Bloch que las religiones afrontan el problema del sentido de la vida y del para qué último del mundo en toda su radicalidad pues tienen como objeto de la espera al totum utópico, que comprende a Dios mismo como ideal. J. J. Tamayo valora como gran mérito de Bloch el haber pensado a Dios como futuro y haber interpretado a la religión en clave práctico-utópica al sostener, a diferencia de Feuerbach y de Marx, que, después de la liquidación del Dios-hipóstasis, permanece abierto el espacio de la proyección escatológica y que, muy especialmente, la escatología judeo-cristiana posee una fuerza de transformación histórica con la que el marxista comprometido en la tarea de dar respuesta a los problemas del hombre actual debe contar. En opinión de Tamayo, Bloch ha logrado, sin renunciar al impulso crítico que inspira a la filosofía ilustrada de la religión, encontrar un sólido fundamento a la reivindicación del potencial práxico-liberador que le es inherente a la religión judeo-cristiana y que la crítica ilustrada ha ignorado. En la versión desteocratizadora que presenta Bloch de la escatología contenida en la Biblia, esta proporciona, dice Tamayo, una crítica de la razón instrumental y del nihilismo, y constituye un momento de la razón práctica o, lo que es lo mismo, de la denominada por Bloch “utopía concreta”.
Al tomar como referencia al marxismo utópico y a la antropología de la esperanza, Bloch hace una lectura de la Biblia que, siguiendo a través de los textos de esta el hilo rojo subversivo y liberador de la escatología, saca a la luz los elementos mesiánico-revolucionarios contenidos en ellos e ignorados en muchas ocasiones por la hermenéutica ortodoxa , pero que pueden ser recuperados por el marxismo. J. J. Tamayo señala que la clave hermenéutica que guía la lectura herética de la Biblia realizada por Bloch no es la desmitologización puesta en práctica por Bultmann, la cual elimina la componente utópica del texto bíblico, sino el principio de la desteocratización, que excluye la inspiración heterónoma contraria a la libertad del hombre y deja salir a la luz el continente de posibilidad de lo humano que la Biblia de los pobres exhorta a realizar. El criterio blochiano de la desteocratización, dice Tamayo, es una fuente de sorpresas tanto para los cristianos como para los ateos y abre paso a una hermenéutica de la sospecha que, por un lado, permite distinguir en la Biblia dos lenguajes, el de los señores y el del pueblo, y dos principios contrapuestos, el heterónomo de la creación y el escatológico de la salvación, y, por otro, exige separar la lectura en clave utópica de la Biblia de las lecturas ideológicas que convierten la esperanza en el reino en opio del pueblo.
Adoptando como guía el hilo rojo de la utopía, Tamayo hace un ilustrativo recorrido por algunas de las más potentes imágenes escatológicas que la hermenéutica blochiana encuentra, en primer lugar, en el Antiguo Testamento (el desteocratizador y prometeico “seréis como dioses” del Génesis, la religión del éxodo con su Dios del futuro y su movimiento de liberación colectiva, la utopía social de los profetas, la rebelión de Job –“el Prometeo hebreo”-, el mesianismo judío), luego, en el Nuevo Testamento (muy especialmente, el título mesiánico de más densidad desteocratizadora y escatológica, el de Jesús “Hijo del hombre”, que Bloch opone al de Kirios-Christos o “Hijo de Dios”) y, finalmente, en la historia del cristianismo (Marción, la utopía agustiniana de la ciudad de Dios, la utopía del Tercer Reino de Joaquín de Fiore, algunas orientaciones de la mística medieval, la irrupción de la escatología judeo-cristiana en la praxis revolucionaria de Thomas Münzer, líder anabaptista en la guerra de los campesinos). A este último, del mismo modo que lo hace Bloch, le presta Tamayo una especial atención, señalando el mérito que supuso por parte de un pensador marxista el tomar distancia frente a la interpretación economicista, dominante hasta entonces en la historiografía marxista, de la figura y la vida de Thomas Münzer para reivindicar el significado revolucionario de su utopía religiosa, y llamando la atención sobre el carácter de pionera que tuvo la temprana obra de Bloch Thomas Münzer, teólogo de la revolución (1921) en relación con la idea de una alianza entre cristianismo y marxismo, que se hizo realidad luego en el diálogo entre cristianos y marxistas, en los movimientos cristianos de compromiso social de izquierdas y en la teología que los inspiraba.
J. J. Tamayo destaca precisamente como uno de los grandes méritos del ateo Bloch el haber ejercido una influencia decisiva en algunos importantes teólogos católicos, como J. B. Metz, y protestantes, como W. Pannenberg y, sobre todo, J. Moltmann, el gran teólogo de la esperanza, a los que ayuda a redescubrir la centralidad del horizonte escatológico en la Biblia, y que ven en él un interlocutor extraordinariamente válido, del que el cristianismo puede recibir nuevos impulsos creadores. Debe señalarse al respecto que entre el teólogo de la esperanza (Moltmann) y el filósofo de la esperanza (Bloch) tiene lugar un apasionante diálogo que Tamayo reconstruye de forma magistral en su libro, comenzando, ante todo, por salir al paso de los críticos que reprochan a Moltmann no haberse confrontado de una forma más contundente con la filosofía atea de Bloch y destacando como mérito de aquel haber evitado el enfrentamiento agrio con Bloch al optar por emplear sus energías, sin dejar de polemizar con Bloch cuando este niega la trascendencia del Dios cristiano, en la tarea positiva de elaborar una teología de la esperanza en la que no resulta nada difícil descubrir la influencia del pensamiento blochiano.
Cuando polemiza con Bloch, el teólogo cristiano afirma que sin la relación con una trascendencia real no puede tener lugar el trascender hacia un futuro realmente nuevo y diferente. Según se expone en la blochiana ontología del todavía-no-ser, el fundamento de la esperanza ha de ser buscado en la inmanencia: en la potencialidad de la materia y en las tendencias que operan en la naturaleza. Moltmann, por el contrario, sostiene que el fundamento de la esperanza debe ser situado en la promesa del Dios trascendente y en la resurrección de Cristo, y que solo estas garantizan la emergencia de un auténtico novum en la historia. Por su parte, J. J. Tamayo, aunque considera excesivamente rígida la contraposición que establece Moltmann entre el futuro blochiano, entendido como futurum cuya realización es el resultado del devenir de la potencia de lo que ya es, y el futuro como adventus o advenimiento de algo nuevo no derivable de lo que es, y aunque incluso reprocha a Moltmann haber dado muy pronto el salto a la teología de la promesa sin haberse detenido suficientemente en la blochiana ontología de la posibilidad real, cree con Moltmann que solo la trascendencia del Dios personal de la Biblia y del Cristo resucitado hace justicia a la apertura hacia delante de la historia a la vez que permite dar cuenta de la fuerza con la que es posible hacer frente a la nada y a la radical negatividad de la muerte. Tamayo encomia la honestidad con la que Bloch aborda el problema de la antiutopía que es la muerte, pero está de acuerdo con Moltmann en que solo un poder capaz de crear a partir de la nada y de resucitar a los muertos puede vencer tanto a la nada como a la muerte y hacer posible el surgimiento de una verdadera novedad en el proceso del mundo. La ontología del todavía-no-ser, dice Moltmann, no tiene respuesta para el problema del poder destructor de la nada y no dispone de elementos que permitan fundamentar la idea de una real novedad, que no es la que procede de la realización de la potencialidad radicada en lo ya real, sino la novedad radical anunciada en la escatología cristiana (promesa y resurrección), la cual no se deja reducir a esperanza blochiana y solo puede ser realizada por un poder que crea a partir de la nada.
También toma distancia Moltmann frente a Bloch al sostener en su diálogo crítico con este que a la teología de la esperanza ha de ir unida la teología paulina de la cruz, de la que Bloch hace una valoración abiertamente negativa y de la que piensa que deriva en una moral, a la que Lutero llevará a sus consecuencias más extremas, que recomienda a los oprimidos ejercitarse en la paciencia y obedecer a la autoridad, la cual ha sido establecida por Dios. Tamayo comparte este punto de vista de Bloch, pero precisando que en la filosofía del todavía-no-ser domina una retórica de la afirmación que le impide hacerse cargo de la capacidad destructora de la nada y que debe ser compensada con el recuerdo de la cruz y del sufrimiento en los términos en que lo hace Moltmann. Señala asimismo Tamayo en relación con este asunto que Bloch no repara en que Pablo no es solo el teólogo de la cruz, sino también la decisiva figura en la historia del cristianismo que libera a este del estrecho marco del legalismo judío y que proclama el Evangelio de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad universal.
El objetivo de Religión, razón y esperanza, dice J. J. Tamayo, es activar, partiendo del reexamen y reivindicación de la filosofía de la religión de Bloch, utopías ínsitas en las religiones, sobre todo en la escatología judeo-cristiana y en sus tradiciones heterodoxas, las cuales están en el origen de grandes transformaciones de la humanidad. El autor ha dotado al libro de todo lo necesario para que ese objetivo pueda llegar a ser una posibilidad real: compromiso con una causa, empatía con el tema y con el pensador expuestos, una gran erudición al servicio de una exposición que comunica e informa, espíritu crítico, una escritura brillante y, a la vez, precisa y clara.
Religión, razón y esperanza es una magnífica introducción al pensamiento de Bloch, proporciona una muy completa exposición de su filosofía de la religión (es un trabajo de consulta obligada para el lector que aspire a tener un conocimiento medianamente detallado y profundo de este tema utilizando la bibliografía existente en español) y está escrito con un admirable cuidado de la precisión y el rigor, que nunca se desentiende de la voluntad de compromiso y optimismo militante que tan familiares le resultan al lector de El principio esperanza.