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LA LIGA ESPAÑOLA PRO – DERECHOS HUMANOS ha concedido al  escritor, teólogo, filósofo y Profesor de la Universidad Carlos III de Madrid,  JUAN JOSÉ TAMAYO, que es también Patrono de la Fundación Siglo Futuro, la Medalla de Oro, máxima distinción de la Entidad por: «Su compromiso y trabajo intelectual a favor del diálogo entre las religiones» . Transcribimos  aquí el importante escrito completo de Juan José Tamayo con motivo de la concesión de la medalla de oro. 

RAZONES PARA EL DIÁLOGO ENTRE RELIGIONES

Juan José Tamayo-Acosta

Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría”. Universidad Carlos III de Madrid

Texto escrito con motivo de la concesión de la Medalla

Ni el choque de civilizaciones es una ley de la historia, ni las guerras de religiones son una constante en la vida de los pueblos, ni los fundamentalismos pertenecen a la naturaleza de las religiones. Son, más bien, construcciones ideológicas del Imperio y de las cúpulas religiosas para mantener su poder sobre el mundo y sobre las conciencias de todos los ciudadanos. Construcciones ideológicas que manipulan a Dios,  a quien se invoca como aliado suyo, y a las religiones, consideradas expresa o tácitamente como sanción moral en los conflictos.

Las religiones no pueden caer en la trampa que les tiende el Imperio. No pueden seguir siendo fuentes de conflicto entre sí ni seguir legitimando los choques de intereses espurios de las grandes potencias. La alternativa a la guerra de religiones es  el diálogo interreligioso y el trabajo por la paz, que han de convertirse hoy en el imperativo categórico de las distintas tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad, si no quieren anquilosarse, ignorarse o, peor todavía, destruirse unas a otras. Y ello por  una serie de razones antropológicas, epistemológicas, filosóficas, políticas, interculturales, religiosas y teológicas que expongo a continuación.

1. El diálogo forma parte de la estructura del ser humano. Éste, más que lobo para sus semejantes, como pensara Hobbes, es un ser social, y la sociabilidad implica espacios de comunicación, escenarios de encuentro, lugares de diálogo. Por lo mismo, la incomunicación, el desencuentro y el monólogo constituyen la más crasa negación de la sociabilidad y convierten al ser humano en lobo estepario, peor aún, en destructor de sí mismo. La existencia misma del ser humano no se entiende sin referencia al otro, a los otros con quienes comunicarse. Lo expresaba certeramente Desmond Tutu: “yo soy si tú eres”. La madurez y la realización integral de la persona requieren un ámbito de referencia: la projimidad.

El ser moral de la persona implica la alteridad y no se entiende sin la mediación dialógica: la ética comienza cuando los otros entran en escena. La sociabilidad no es un accidente ni una contingencia; es la definición misma de la condición humana, afirma Todorov, quien cita el ensayo de Rousseu Essai sur l’ origine des langues: “Aquel que quiso que el hombre fuera sociable tocó con el dedo el eje del globo y lo inclinó sobre el eje del universo”[1].

2. El diálogo forma parte, igualmente, de la estructura del conocimiento y de la racionalidad. La razón es dialógica, no autista, intersubjetiva,  no puramente subjetiva. El autismo constituye una de las patologías de la epistemología. Nadie puede afirmar que posee la verdad en exclusiva y en su totalidad. Menos aún decir, remedando al Rey Sol: “La razón soy yo”. Todo lo contrario. Es mejor seguir la consigna de Antonio Machado cuando decía: “¿Tu verdad? No, guárdatela. La verdad. Y vamos a buscarla juntos”.

El diálogo requiere argumentación, como paso necesario en toda búsqueda y momento vital en el debate; de lo contrario no se produce avance alguno; siempre se está en el mismo sitio. Argumentación que exige exponer las propias razones, pero también  escuchar las razones del otro.

3. El diálogo es una de las claves fundamentales de la hermenéutica. Es la puerta que nos introduce en la comprensión de los acontecimientos y de los textos de otras tradiciones culturales y religiosas o de los acontecimientos y de los textos del pasado de nuestra propia tradición. ¿Qué otra cosa es la hermenéutica sino el diálogo del lector con dichos textos y acontecimientos en busca de significado, de sentido? Gracias a él podemos superar la distancia, a veces abismal, de todo tipo: cronológica, cultural, antropológica, entre los autores y protagonistas de ayer y los lectores de hoy. Sin diálogo con los textos y los acontecimientos, éstos no pasan de ser referentes arqueológicos del pasado u objetos de curiosidad sin significación alguna en y para el presente. La conversación, cree David Tracy, puede funcionar como modelo de toda interpretación. A su vez, la religión constituye la realidad más plural, ambigua e importante, al tiempo que la más difícil y, por ello, la mejor prueba para cualquier teoría de la interpretación[2].

El ser humano vive y actúa, piensa y delibera, comprende y cree, juzga y experimenta, bajo el signo de la interpretación. Coincido con Tracy en que “ser humano es actuar reflexivamente, decidir deliberadamente, comprender inteligentemente, experimentar plenamente. Lo sepamos o no, el ser humano es un hábil intérprete[3].

Todo acto de interpretación implica tres realidades: un fenómeno a interpretar, alguna persona que lo interprete y la interacción o dialogo entre ambas. El fenómeno a interpretar puede ser una ley, una acción, un símbolo, un texto, un acontecimiento, una persona. La persona que lo interpreta puede ser individual o colectiva. El diálogo entre ambos es precisamente el acto hermenéutico por excelencia.

4. El diálogo se presenta como alternativa al fundamentalismo y al integrismo cultural o religioso, como antídoto frente a la ideología del “choque” o el enfrentamiento entre culturas y religiones y frente a toda amenaza totalitaria. La fuerza del diálogo se impone sobre cualquier otro mecanismo de poder, incluida el militar, al que suele recurrirse para imponer modelos políticos y condiciones absolutas a la convivencia[4].

5. A favor del diálogo interreligioso habla la historia de las religiones, que muestra la riqueza simbólica de la humanidad y la pluralidad de manifestaciones de lo sagrado, de lo divino, del misterio en la historia humana, la diversidad de mensajes y de mensajeros no siempre coincidentes y a veces enfrentados, y las múltiples y diferenciadas respuestas a las múltiples preguntas en torno al origen y el futuro del cosmos y de la humanidad, sobre el sentido de la vida y de la muerte. La uniformidad constituye un empobrecimiento del mundo religioso. Debe reconocerse y afirmarse, por ende, la pluralidad y la diferencia como muestras de la riqueza de dicho mundo. Quizás el frecuente recurso al anatema de los creyentes de unas religiones contra los de otras se deba a  la ausencia de la asignatura de historia de las religiones en los curricula escolares y a la presentación de cada religión como único camino de salvación con exclusión de las demás[5].

6. La verdad no se impone por la fuerza de la autoridad, sino que es fruto del acuerdo entre los interlocutores tras una larga y ardua búsqueda, donde se compaginan el consenso y el disenso. Esto es aplicable al conocimiento teológico. Así se ha operado en los momentos estelares del debate doctrinal dentro de la mayoría de las religiones. La metodología dialógica sustituye a la imposición autoritaria de las propias opiniones por decreto y quiebra los estereotipos de lo verdadero y lo falso establecidos por el poder dominante, en este caso por la religión dominante. Es verdad que esta metodología puede desembocar en rupturas, pero éstas responden muchas veces a las prisas a la hora de tomar decisiones y a la intransigencia de quienes fijan las reglas de juego. En todo caso siempre debe evitarse la injerencia de instancias de poder ajenas al ámbito religioso.

7. También el enfoque intercultural aboga por el diálogo interreligioso[6]. Ninguna cultura ni religión pueden considerarse n posesión única de la verdad como si se tratara de una propiedad privada recibida en herencia o a través de una operación mercantil. Como tampoco tienen la respuesta única a los problemas de la humanidad o la fuerza liberadora exclusiva para luchar contra las opresiones; la verdad, la respuesta a los problemas humanos y la liberación están presentes en todas las religiones y culturas. ¡Y hay que buscarlas constantemente!

8. El diálogo interreligioso constituye un imperativo ético para la supervivencia de la humanidad,  la paz en el mundo y la lucha contra la pobreza. Veamos por qué. En torno a 5000 millones de seres humanos están vinculados a alguna tradición religiosa y espiritual. Y si se ponen en pie de guerra, el mundo se convertiría en un coloso en llamas con una capacidad destructiva total. Primero, se unirían todos los creyentes para luchar contra los no creyentes hasta su eliminación. Después, se enfrentarían los creyentes de las distintas religiones entre sí hasta su destrucción reeditando las viejas guerras religiosas. Muy distinto sería el escenario si las religiones dialogaran y se comprometieran, entre sí y junto con los no creyentes, en el trabajo por la paz, la lucha por la justicia, la defensa de la naturaleza como hogar de los seres humanos, el logro de la igualdad y el reconocimiento de la diversidad[7].

9. Coincido a este respecto con Raimon Panikkar en que “sin diálogo el ser humano se asfixia y las religiones se anquilosan”. Idea que es inseparable de la diversidad, como afirma el filósofo iraní Ramin Jahanbegloo: en su espléndida obra[8]:  “Sin diálogo, la diversidad es inalcanzable; y, sin respeto por la diversidad, el diálogo es inútil” La interdependencia de los seres humanos, la diversidad cultural, la pluralidad de cosmovisiones, e incluso los conflictos de intereses demandan una cultura del diálogo, como reconocía el Dalai Lama en el discurso pronunciado ahora hace diez años (septiembre de 1997) en el Foro 2000 en Praga: “Siempre habrá en las sociedades humanas diferencias de opiniones y de intereses, pero la realidad hoy es que todos somos interdependientes y tenemos que coexistir en este pequeño plantea. Por lo tanto, la única forma sensata e inteligente de resolver las diferencias y los choques de intereses, ya sea entre individuos o entre países, es mediante el diálogo. La promoción de una cultura del diálogo y de la no violencia para el futuro de la humanidad es una importante tarea de la comunidad internacional”.

10. La búsqueda de la (v)Verdad –con mayúscula y con minúscula- es la gran tarea y el gran desafío del diálogo interreligioso. Y ello a sabiendas de que nunca llegaremos a poseerla del todo y de que sólo lograremos aproximarnos a ella. El carácter inagotable de la Verdad –con mayúscula- nos disuade de todo intento de apresarla en fórmulas rígidas y estereotipadas. La profundidad de la verdad –con minúscula- nos disuade de creer que hemos llegado al fondo.

El diálogo ha de partir de unas relaciones simétricas entre las religiones y de la renuncia a actitudes arrogantes por parte de la religión que está más arraigada o es mayoritaria en un determinado territorio. Las religiones todas son respuestas humanas a la realidad divina que se manifiesta a través de diferentes rostros. Todas ellas forman un «pluralismo unitario» (P. Knitter), al tiempo que cada una posee una «singularidad complementaria» abierta a las otras.

Las religiones no pueden recluirse en su propio mundo, en la esfera de la privacidad y del culto, como si los problemas de la humanidad no fueran con ellas. Todo lo contrario, han de activar sus mejores tradiciones para contribuir a la construcción de una sociedad intercultural, interreligiosa, interétnica, justa, fraterna y sororal.

11. A diferencia de las actitudes de enfrentamiento, la actitud de diálogo no pretende vencer y derrotar o convencer y obligar a cambiar de opinión al interlocutor, sino  buscar elementos de encuentro desde las diferentes posiciones culturales y religiosas. Tampoco se busca llegar a síntesis irénicas, pero si puede crearse un nuevo lenguaje compartido para poder entenderse lograrse. No se trata de crear grandes teorías universales, ni una superestructura cultural, sino de favorecer relaciones y entendimientos mutuos, donde todos tengan cabida y puedan participar en pie de igualdad. El escenario del diálogo puede proporcionar un proceso de mutuo aprendizaje unos de otros.

 

[1] Tzvetan Todorov, Vida en común, Taurus, Madrid, 2008, p. 33.

[2] Cf. David Tracy, Pluralidad y ambigüedad. Hermenéutica, religión, esperanza, Trotta, Madrid, 1997.

[3] Ibid., p. 23-24, subrayado mío.

[4] Cf. Juan José Tamayo, Fundamentalismos y diálogo entre religiones, Trotta, Madrid, 2004; Juan José Tamayo y María José Fariñas, Culturas y religiones en diálogo, Síntesis, Madrid, 2007.

[5] Cf. Giovanni Filoramo, Marcello Massenzio, Massimo Taveri y Paolo Scarpi, Historia de las religiones, Crítica, Barcelona, 2000; id., Enciclopedia de las religiones, Akal, Madrid, 2001.

[6] Cf. Raúl Fornet-Betancourt, Transformación intercultural de la filosofía, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2001.

[7] Cf. Hans Küng, Proyecto de ética mundial, Trotta, Madrid, 1990.

[8] Cf. Ramin Jahanbegloo, Elogio de la diversidad , prólogo de Juan Goytisolo, Arcadia, Barcelona, 2007; id., La solidaridad de las diferencias, Arcadia, prólogo de Tzvetan Tordorov, La solidaridad de las diferencias, Arcadia, Barcelona, 2010.

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