TAMAYO. LECCIÓN JUBILACIÓN 8

¿HA MUERTO LA UTOPÍA? ¿TRIUNFAN LAS DISTOPÍAS?

Conferencia  jubilar pronunciada el 24 de abril de 2018

Juan José Tamayo

Universidad Carlos III de Madrid

Deseo expresar mi agradecimiento al Sr. Rector de la Universidad Carlos III de Madrid, Dr. Juan Romo, a la Vicerrectora de Comunicación y Cultura, dra. María Pilar Carrera, al decano de la Facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación por su generosa invitación a dictar esta lección, a Ustedes, colegas, estudiantes, amigas y amigos por acompañarme en esta efemérides tan significativa y a todas las personas que no han podido asistir y me han expresado su amistad y apoyo.

El texto que Ustedes tienen en sus manos consta de cuatro partes: la primera da cuenta de mis investigaciones sobre las utopías, las distopías y el pensamiento utópico y distópico. La segunda analiza críticamente el destierro, maltrato e incluso odio a la utopía. La tercera expone la antropología de la esperanza y la filosofía utópica. La cuarta propone la rehabilitación crítica de la utopía e intenta responder a la pregunta “¿qué utopía rehabilitar”?

Como el texto es muy extenso -91 páginas + 40 de mi bibliografía-, expondré solo tres temas: 1. Pugna entre dos tipos de razón: utópica y cientfífico-técnica. 2. La utopía en horas bajas. 3. Rehabilitación crítica de la utopía.

En esta lccción voy a renunciar  a la oratoria, que es mi género literario natural y, siguiendo el protocolo, leeré el texto que he escrito.

  1. Razón utópica versus razón científico-técnica   

Tiempo y sazón: Qohelet 3,1-8

Cuando comencé a escribir esta lección, que llaman ultima lectio –espero que lo sea solo como ritual académico-, y que yo prefiero llamar lección jubilar, me vino a la memoria un texto escrito por un autor hebreo entre los siglos IV y III antes de la era común y recogido en la Biblia judía con el título “Palabras de Qohélet, hijo de David, rey de Jerusalén”. En realidad, Qohélet no es un nombre propio, sino, probablemente, el nombre de una función, la del que habla en la asamblea, es decir, el “Predicador”[1].

El libro transmite una filosofía pesimista de la existencia, subraya la negatividad de la historia, rechaza el presente y llama la atención sobre la vacuidad del bienestar (“vanidad de vanidades, y todo vanidad” –es el juicio demoledor con que se abre el libro y cuya tónica continúa a lo largo de toda la obra-). Niega la felicidad de los ricos, cuya acumulación de riquezas resulta una calamidad enfermiza y provoca desdichas, como insomnio, insatisfacción permanente, vulnerabilidad en los negocios, sufrimiento, conciencia de inutilidad, etc.

Es escéptico ante las posibilidades de cambio de mejores condiciones de vida. Solo está abierto al disfrute de los pequeños goces, a la utopía de la vida material y sensual desde la cotidianidad, al comer, beber y gozar con alegría del producto del trabajo y a vivir el ahora intensamente,

Es quizá una de las primeras obras que cultiva la distopía como género literario y como actitud ante la vida, para quien la fe-confianza en Dios todopoderoso constituye una alternativa imposible. Su autor es un judío palestinense, quizá de Jerusalén, influido por la sabiduría oriental. El texto dice así:

“Todo tiene su tiempo y su sazón, todas las tareas bajo el sol:

tiempo de nacer, tiempo de morir;

tiempo de plantar, tiempo de arrancar;

tiempo de matar, tiempo de sanar;

tiempo de derruir, tiempo de  construir;

tiempo de llorar, tiempo de reír;

tiempo de hacer duelo, tiempo de bailar;

tiempo de arrojar piedras, tiempo de recoger piedras;

tiempo de abrazar, tiempo de desprenderse;

tiempo de buscar, tiempo de perder;

tiempo de guardar, tiempo de desechar;

tiempo de rasgar, tiempo de coser;

tiempo de callar, tiempo de hablar;

tiempo de amar, tiempo de odiar;

tiempo de guerra, tiempo de paz”.

Hay algunos tiempos de los que habla el Qohétet que no he practicado, por ejemplo, el de la guerra –soy pacifista y ejerzo la no-violencia activa-, el del odio –que no me lo permite mi conciencia-, el de morir -por mi apuesta y defensa de la vida, tanto la personal como la de quienes la tienen más amenazada, el de bailar –me encanta la música, que oigo con verdadera fruición, soy, empero, incapaz de moverme a su ritmo de la música solo o acompañado-. Los demás tiempos sí los he vivido dialécticamente.

Mirando hacia atrás, recuerdo que este mes se cumplen cincuenta años de mi actividad docente -quizá cincuenta años y un día-, que comenzara en 1968 en la entonces llamada Escuela de Artes y Oficios de la ciudad de Palencia, donde se iniciara mi compromiso desde entonces ininterrumpido con la educación, continuara en numerosas universidades de Europa, América Latina, Estados Unidos, África y España, y culminara en la Universidad Carlos III de Madrid, donde enseño desde hace casi dos décadas –diecinueve años, hablando con precisión- y en la que actualmente soy profesor emérito.

La palabra “utopía” cae como una losa

Cuenta el historiador e intelectual británico Tony Judt en su libro Algo va mal que, al terminar una conferencia sobre la situación mundial pronunciada en octubre de 2000 en Nueva York, la primera intervención fue la de un niño de doce años con una pregunta que dejó al público atónito y al conferenciante sin reacción: “Bien, pero si tienes una conversación cotidiana o incluso un debate sobre algunos de estos problemas [de los que ha hablado Usted] y se menciona la palabra ‘socialismo’, a veces es como si hubiera caído una losa sobre la conversación y no hay forma de retomarla. ¿Qué recomendaría para retomarla?”[2].

Similar impresión he tenido muchas veces cuando, en ambientes académicos o simplemente coloquiales, se pronuncia la palabra “utopía”. Se hace un silencio sepulcral y un gesto de extrañeza. Tal situación es lo que me ha movido a dedicar a la Utopía (con mayúscula, como palabra mayor de mi pensamiento) y a las utopías (con minúscula, como encarnaciones históricas de un mundo mejor), esta lección jubilar, que el doctor Manuel Palacio, decano de la Facultad de Humanidades y Comunicación, me ha pedido generosamente dictara.

Espero contribuya a normalizar su uso o, al menos, a no silenciarla en el debate académico, sobre todo en el terreno de las Humanidades y de las Ciencias Sociales y Jurídicas, pero también en el de las Ingenierías. Es uno de los objetivos que me propuse hace cuarenta años, aunque no sé si lo he conseguido. Eso sí, he puesto todo mi empeño en  lograrlo a través de los cursos de Humanidades dirigidos a todo el alumnado de esta Universidad[3].

Remedando a Ortega y Gasset, podríamos decir que las utopías y las distopías son el tema de nuestro tiempo, o, al menos, debieran serlo, salvo que prefiramos estar instalados, no sé si cómoda o incómodamente, en la rutina del presente eterno, en lo dado, en lo factual, o, peor aún, en un pasado añorante afirmando con el poeta palentino Jorge Manrique “cómo a nuestro parescer/ cualquiera tiempo pasado fue mejor”.  Cuidado, el poeta no afirma que los tiempos pasados fueran mejores, sino, que, a nuestro parecer, fueren mejores.

Pugna entre dos modelos de razón: razón utópica y razón científico técnica

Esta lección intenta intervenir en la actual confrontación entre dos concepciones de la razón, la utópica y la científico-técnica, con un doble objetivo: rehabilitar y activar la utopía con sentido crítico y dialéctico en medio de la oscuridad del presente y ponerla al servicio de la emancipación humana, que tiene su traducción en la propuesta de Otro Mundo Posible de los Foros Sociales Mundiales. Ilustra esta confrontación la siguiente anécdota relatada por el teólogo holandés Edward Schillebeeckx:

«Una vez aterrizó con su avión un europeo occidental en medio de habitantes africanos que miraban atónitos al extraño pájaro grande. Orgulloso dijo: ‘En un día he recorrido una distancia para la que antes necesitaba treinta’. Entonces se adelantó un sabio jefe negro y preguntó: ‘Sir, ¿y qué hace con los veintinueve restantes?'»[4].

La anécdota refleja las dos actitudes que podemos adoptar ante la realidad, ante el tiempo, ante la vida, ante los demás, ante la naturaleza. Una es la actitud técnica, pragmática y calculadora, que convierte en medio lo que es fin, como el ser humano –es su mercantilización- , con tal de lograr sus objetivos de dominio y de crecimiento; depreda la naturaleza como si de un bien sin dueño se tratara; logra programar hasta la esperanza, sin dejar resquicio alguno a la imaginación creadora; considera el futuro como repetición de muchos pasados sumados al presente.

Otra es la actitud utópica e imaginativa, que se pregunta por el sentido de las acciones humanas, no se conforma con la realidad y extrae de ella lo más espumoso y creador que posee y tiene la mirada puesta en la la meta.

Buena parte de mi trabajo intelectual, de mi actividad académica, de mis publicaciones y de mis sueños despiertos ha girado en un juego dialéctico entre la utopía y la distopía. Días enteros y muchas noches en vigilia he dedicado a pensar y escribir  sobre la utopía y la esperanza, y a intentar hacerlas realidad a través de la praxis histórica emancipatoria.

Me hago a mí mismo las preguntas con las que comienza Miguel Abensour “La conversion utopique: L’ utopie et l’ eveil”: “¿Quién puede decir por qué alguien ha podido escribir toda su vida –o casi- sobre la utopía, por qué ha podido dar a su trabajo el objetivo de pensar la utopía?, ¿cómo podemos intentar explicar el atractivo o, mejor, la atracción que puede ejercer la utopía?”[5].

He intentado poner en práctica intelectual y vitalmente dos afirmaciones de Bloch: “La razón no puede florecer sin esperanza, la esperanza no puede hablar sin razón” y “la verdadera génesis no se encuentra al principio, sino al final y empezará comenzar solo cuando la sociedad y la existencia se hagan radicales, es decir, cuando pongan mano en su raíz”[6] .

En el aprendizaje de la esperanza he tenido tres maestros: mi padre, que apenas sabía escribir –abandonó la escuela a los diez años- y tenía una esperanza indestructible, Pablo de Tarso, el primer teólogo cristiano de la esperanza, y el ya citado Ernst Bloch, autor de El principio esperanza, calificada como la catedral laica de las utopías.

Cuando escribí en 1993 Para comprender la escatología cristiana, quise dedicárselo a mi padre que en el momento de la redacción se debatía entre la vida y la muerte. Falleció cuando el libro estaba ya en la imprenta y unos días antes escribí la siguiente dedicatoria:

“A mi padre, que nada sabía de escatología y mucho de esperanza; que, siendo labrador, no cayó en la tentación de mirar al cielo en tono de súplica y lamento, sino que supo labrar la tierra con la azada y el arado, supo esperar activamente contra toda esperanza el tiempo de la recolección, y trillar la mies en la era. Pareciera que san Pablo estuviera pensando en mi padre cuando escribía a los cristianos de Corinto: ‘El que ara tiene que arar con esperanza; y el que trilla, con esperanza de obtener su parte’ (1Cor 9,10)”. Es este uno de los textos que leo con frecuencia para levantar el ánimo en tiempos de decaimiento, y cada vez que lo hago se me saltan lágrimas de esperanza.

Dos pensadores de orientación religiosa tan divergente como Pablo de Tarso y Ernst Bloch convienen en la necesidad de la herejía, -interpreto que es la herejía de la esperanza-. Pablo de Tarso  afirmaba: «oportet haereses ese”, que suele traducirse como “conviene que haya disensiones» para que resplandezca la verdad. Ernst Bloch escribe en el frontiscipio de su libro El ateísmo en el cristianismo: «Lo mejor de las religiones es que produce herejes». Efectivamente, así ha sido históricamente: la heterodoxia religiosa en el terreno doctrinal ha dado lugar a las grandes revoluciones.

He dedicado a la utopía y al pensamiento utópico media docena de ensayos, decenas de artículos y numerosos cursos, que espero hayan ayudado a vencer el fatalismo histórico, mantener viva la esperanza en la oscuridad del presente y caminar hacia la tierra prometida, sin seguridad de que exista y, si existe, sin seguridad de que se pueda llegar a ella. Basta con saber que sirve, como afirma Eduardo Galeano,  “para caminar[7].

  1. La utopía, en horas bajas

La utopía vive hoy horas bajas. No parece que sean estos tiempos propicios para la utopía. Quizá ningún otro tiempo lo haya sido, como tampoco lo serán los tiempos venideros. Es posible sea ese su estado propio: no el buen lugar, sino el no-lugar, al que hace referencia el neologismo creado por Tomás Moro: “u-topía (no-lugar), el tener que nadar contra corriente y ascender cuesta arriba con el viento de cara. Así lo tradujo Francisco de Quevedo en el prólogo a la primera edición castellana en 1637: “no ai tal lugar”[8].

Miguel Abensour califica a la utopía de “intempestiva”, que, después de Nietzsche y y François Proust, puede significar dos cosas: cuanto pensar y actuar a contracorriente del propio tiempo y afrontar el propio tiempo en que una persona vive desde su reverso, provocando la in-actualidad del presente[9].

Calificar hoy a una persona de utópica no es, precisamente, un halago, y menos aún el reconocimiento de un valor o de una cualidad encomiable. Muy al contrario: es una descalificación en toda regla. Es como llamarla ingenua, no tener sentido de la realidad, vivir colgada de las nubes sin hacer pie en la realidad, ser una ilusa, y otras lindezas similares.

Las personas y los proyectos utópicos, así como los movimientos sociales críticos con la globalización neoliberal, las organizaciones alter-globalizadoras que luchan por otro mundo posible, sufren hoy un clamoroso e inmerecido destierro, similar al de los poetas en la República de Platón, que eran expulsados de la ciudad ideal porque eran meros imitadores y no alcanzaban la verdad:

“Afirmamos, pues, que todos los poetas, empezando por Homero, son imitadores de imágenes de virtud y de todas aquellas cosas sobre as que componen, y que en cuanto a la verdad, no la alcanzan, sino que son como el pintor. El poeta no sabe más que imitar… Está  a tres puestos de distancia de la verdad”.

Destierro de la utopía

 La utopía tiende a ser excluida de los diferentes campos del saber: de las ciencias y de las letras, de la economía y de la ética, de la filosofía y de la teología, de la política y de la religión.

En la filosofía impera la razón instrumental, que consiste en adecuar la razón a la realidad, por muy irracional que esta sea, no la realidad a la razón, como sería lo propio. Otras veces la filosofía se aleja del camino de la racionalidad y entra en un estado de letargo. El resultado es el título del cuadro 43 de los Caprichos de Goya “El sueño de la razón produce monstruos”. Otras, en fin, legitima situaciones de injusticia que claman al cielo y que debiera denunciar por irracionales.

. Las ciencias sociales, que en su origen y posterior desarrollo se caracterizaron por ser teoría crítica de la sociedad y proponer alternativas, se atienen hoy a los datos y parecen haber perdido toda capacidad transformadora. La economía, que debe caracterizarse por su orientación humanista -responder a las necesidades humanas-, ha pasado a estar sometida al asedio del mercado, que la tiene controlada y a su servicio. Lo que impera en ella es justamente la razón contante y sonante, la razón calculadora y contable. La inversión está servida: el valor de uso ha sido sustituido por el valor de cambio. Al final caemos en la necedad, como ya expresara con sentido crítico Antonio Machado: es de necios confundir valor y precio.

. La razón política se ha convertido en razón de Estado para justificar lo injustificable. Criticando el racionalismo rígido Pascal decía que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Lo mismo puede decirse de la utopía: que tiene razones que la razón política no entiende. Efectivamente, la razón política dice actuar por el bien de la sociedad, del pueblo, de la humanidad cuando sus frutos son los contrarios. La irracionalidad se reviste de humanidad para que sea más fácilmente creíble. Es la racionalidad de lo irracionalizado. Pero, aunque la irracionalidad se vista de racionalidad, irracionalidad se queda.

. La teología en general –salvo honrosas excepciones como la teología política, la teología de la esperanza, la teología de la liberación, la teología feminista, la teología del pluralismo religioso, la teología interrogativa- se atiene a los datos de la Revelación, liberados de toda dimensión utópica, de su lenguaje simbólico y sometidos al control de los magisterios oficiales de las religiones, a sus dogmas, a la vetusta tradición y a los falaces argumentos de autoridad, que cierran toda posibilidad de pensar libre, crítica y creativamente.

. Las religiones construyen castillos en el aire, prometen paraísos futuros más allá del tiempo y de la historia, mientras en esta vida crean sus propios paraísos. Dicen creer en una vida en el más allá, mientras –salvo de nuevo honrosas excepciones testimoniales- apenas mueven un dedo para mejorar la vida en el más acá. Defienden la vida con todo tipo de argumentos, la vida de los no-nacidos desde el momento de la concepción y después de la muerte, pero no se interesan con el mismo empeño por la vida de las personas nacidas, sobre todo de las más vulnerables y de quienes la ven amenazada a diario.

Anuncian la vida eterna, mientras con frecuencia se aferran a esta vida con uñas y dientes, en busca de beneficios, privilegios, prebendas, favores, renunciando a su mensaje liberador y haciendo alianzas con el poder.

. La vida cotidiana y la educación tampoco se rigen por la utopía. Todo lo contrario. Las máximas que nos transmiten desde pequeños nuestros progenitores, tutores y educadores son de este tenor: “no te hagas ilusiones”, “ten los pies en el suelo”, etc. Tales consignas ejercen la misma función represiva de la imaginación que el cortar las alas a los animales voladores. Se mata la utopía desde la infancia.

Hemos pasado de las consignas inconformistas y movilizadoras de las energías utópicas del Mayo Francés de 1968 “Seamos realistas, pidamos lo imposible” y “la imaginación al poder”, a las actitudes conformistas expresadas cincuenta años después en afirmaciones como “seamos realistas, atengámonos a los hechos”, “la imaginación es enfermiza y calenturienta” y del “fuera del sistema está la respuesta a los problemas de la humanidad” al “fuera del sistema no hay salvación ni solución”.

La afirmación de Bloch, basada en el pensamiento de Hegel, “si una teoría no está de acuerdo con los hechos, peor para los hechos” se ha transformado en su contraria: “Si una teoría no está de acuerdo con los hechos, no es científica y debe ser rechazada”. Se cree a pies juntillas que las cosas son como son y no pueden ser de otra manera, renunciando así a todo posibilidad de cambio, que los hechos son tozudos e inmutables, cuando son construcciones humanas, y a veces irracionales.

Maltrato semántico de la palabra “utopía”

La  propia palabra “utopía” está desacreditada y ha sufrido un grave deterioro, hasta confundirla con ilusión, quimera, ingenuidad, fantasmagorería, falta de sentido de la realidad, plan bueno pero irrealizable, etc. Ha sufrido un maltrato semántico, reflejado en la propia definición de algunos diccionarios, que acentúan su carácter ingenuo, irreal, quimérico y, sobre todo, su imposibilidad de realización, que genera una actitud de desesperanza. Veamos dos ejemplos.

El Diccionario de María Moliner define la utopía como “nombre de un libro de Tomás Moro que ha pasado a designar cualquier idea o plan muy halagüeño o muy bueno, pero irrealizable»[10]. La Nueva Enciclopedia de Larousse, además de la referencia al libro de Moro, recoge dos acepciones del término: “plan ideal de gobierno, en el que todo está perfectamente determinado” y “cualquier plan o sistema bueno y halagüeño, pero irrealizable”[11].

¿Todo perfectamente determinado? Más bien lo contrario: la utopía remite a lo imprevisible, a la sorpresa, a lo nuevo, a un mundo mejor que está por construir. ¿Irrealizable? Este calificativo conduce a mantener la realidad, por muy negativa que sea, en algo inmutable y lleva al ser humano a la inacción.

Tales desviaciones nada tienen que ver con el sentido que se le da en la literatura y el pensamiento utópicos. Lo que se han impuesto en el lenguaje ordinario, en la vida social es una caricatura de la propia palabra y de su verdadero significado. Así, de las personas utópicas se dice que se mueven por impulsos primarios, se dejan llevar por los sentimientos y no actúan racionalmente.

Odio a la utopía

Desdén y maltrato a la utopía, destierro de las personas utópicas. Hay todavía un paso más: la tenacidad del odio a la utopía[12]. Es la actitud de sus sepultureros, de quienes la quieren llevar a la tumba porque la vinculan con la violencia, el leninismo, el estalinismo y hasta con el nazismo y el fascismo. Actitud compartida por los “nuevos filósofos” de le década de los 80 del siglo pasado que la vinculaban con la violencia revolucionaria y los gulags.

Opción por la seguridad, la ley y el orden, frente a la utopía

Tras la erosión del discurso del progreso como orientación civilizatoria, se ha instalado en los dirigentes de las diferentes tendencias políticas y en el imaginario social una renuncia a la utopía en aras de la seguridad, la ley y el orden, que da lugar a una lógica, que no es económica, ni política, sino de la guerra. Quien mejor ha identificado esta actitud frente a la utopía es Alain Touraine[13].

Como respuesta a la renuncia a la utopía y a la instalación en el discurso de la seguridad, la ley y el orden, surgen nuevos sujetos, nuevos discursos y nuevas prácticas que buscan ir más allá de lo posible y construir lo deseable con la conjunción de “la memoria, la resistencia y la imaginación, la creatividad, la utopía, la multiplicidad de saberes y experiencias”[14]. Saberes y experiencias, discursos y prácticas que se guían por la esperanza (Bloch), que Morin define como “la resistencia a la crueldad del mundo”[15], a los gritos de la injusticia, la crueldad, la corrupción y la impunidad.

Ya no se escriben verdaderas utopías

Ya no se escriben verdaderas utopías o, al menos, no se prodiga dicho género literario como antes, afirma Francisco Serra, quien nos da la clave de dicha ausencia: quizá se debe a que vivimos en una “época desencantada”[16]. Podemos hablar sobre la utopía como discurso filosófico, pero el género literario utópico parece agotado. Originariamente dicho género ejercía una doble función: crítica de la negatividad de la historia, de la realidad, del presente, y diseño de un mundo mejor. A esa doble función responde Utopía, de Tomás Moro. La primera parte de la obra es una crítica de la situación generalizada de injusticia en la Inglaterra de su tiempo. La segunda es la propuesta de una alternativa. Hoy se descuida la segunda función y se privilegia la primera.

Distopías

El género literario que predomina actualmente y se encuentra en pleno auge es el de las distopías, fronterizo con las anti-utopías, las novelas de anticipación, las narraciones apocalípticas, etc., con las que comparte la visión negativa del futuro.

Quien primero parece haber empleado el término “distopía” fue el filósofo y político inglés, John Stuart Mill durante una intervención en el Parlamento de Londres en 1888. Es el antónomo de utopía. El Diccionario de la Real Academia Española no ha incorporado el término hasta su u 23ª edición, que lo han hecho con esta definición: “del lat. mod.  Dystopia,  y este del gr. δυσ- dys- ‘dis-2‘ y utopia  ‘utopía’; representación ficticia de una sociedad futura de características negativascausantes de la alienación humana. Es una definición propuesta el escritor y académico José María Merino.

El género distópico describe diferentes situaciones dramáticas de la humanidad: una humanidad al borde de la extinción; que navega a la deriva; sometida al imperio de la tecnología, que roba la libertad a los seres humanos y los torna dependientes; sometida al control social; bajo regímenes totalitarios; bajo la amenaza nuclear; atrapada en el consumo; bajo el imperio de las transnacionales; a merced de los estragos del neoliberalismo; una humanidad llena de fronteras, alambradas, que impiden la libre circulación de los seres humanos, especialmente de quienes carecen de recursos y de quienes se ven sometidos a  sistemas dictatoriales, persecución religiosa, etc.

Las distopías son el contrapunto y la antítesis de las utopías. Anticipan la deriva destructiva de aquellos métodos que provocan una sociedad injusta e insolidaria. Las distopías tienen que ver también con –y en cierta forma implican- la denuncia social y la crítica política. Es una modalidad de la teoría crítica de la sociedad, de la sátira, de la advertencia apocalíptica

Entre las más importantes de las últimas décadas cabe citar: El cuento de la criada, de Margaret Atwood; 2080. El fin del mundo, de Boualem Sansal; Un libro de mártires americanos, de Joyce Carl Oates;  Mañana todavía. Doce distopías del siglo XXI, antología que recoge doce de textos de otros tantos escritores y escritoras españoles.

  • Recuperación crítica de la utopía

En la situación de destierro, de descrédito y de silencio en que se encuentra la utopía, en medio de la confusión que genera la consideración engañosa de la globalización neoliberal como realización de la utopía y ante la propuesta de alternativas de Otro Mundo Posible por parte de los movimientos sociales, es necesario recuperar la utopía como imagen movilizadora de las energías humanas, horizonte que guía y orienta la praxis, instancia critica de la realidad, alternativa al sistema y “perspectiva al sistema” (Paul Ricoeur)[17].

La utopía libera a la historia de su estancamiento, inercia y pasividad, de su fijación en el pasado y de la ley del eterno retorno. Es ella la que lleva a tener el futuro como horizonte y la que ha hecho posible los avances de la humanidad en dirección a la justicia, la libertad y la igualdad (no clónica), en una simbiosis entre utopía y esperanza, razón y acción.

Comentando mi libro Invitación a la utopía, escribe Luis García Montero: es “un equipaje para viajar en este mundo. Pensar en la utopía como fuerza dinámica de la historia significa afirmar que tenemos derecho a dejar de sufrir. De ahí que Juan José Tamayo entienda que en tiempos de crisis es imprescindible una Invitación a la utopía. Porque renunciar a ella no supone que la utopía desaparezca del mundo, sino que la abandonamos en manos de la injusticia”[18].

Pero no debe ser entendida como confianza ciega, optimismo ingenuo o fijación mítica en los orígenes, sino en su carácter paradójico y dialéctico, ya que lleva en sus gérmenes éxitos y fracasos, fragilidad y fortaleza, verdad y no-verdad, fecundidad y esterilidad, poder e impotencia, afirmación y negación, conciencia crítica y propuestas alternativas.

Los seres humanos, los proyectos y los movimientos utópicos han sido, por tomar prestada la letra de la emblemática canción de Labordeta, los que han empujado la historia hacia la libertad. Pareciere que hubieran fracasado, pero solo lo parece, ya que dejaron huella, que siguieron otros caminantes por sendas utópicas. A ellos se deben buena parte de los avances de la humanidad en todos los terrenos: éticos, políticos, económicos, sociales, culturales, simbólicos, religiosos, jurídicos, etc.

Zaratustra, Buda, Moisés, los Profetas de Israel, Judit, Julda, Sócrates, Espartaco, Jesús de Nazaret, María Magdalena, Hipatia, Francisco y Clara de Asís, Margarita Porete, Cristina de Pisán, Teresa de Jesús, Thomas Müntzer, Olympia de Gouges, Mary Wollstonecraft, Marx, Bakunin, Alejandra Kollontai, Rosa Luxemburgo, Simone Beauvoir, Simone Weil, Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Juan XXIII, Monseñor Romero, Ignacio Ellacuría, Rigoberta Menchú, Yasir Arafat, Isaac Rabin, Shirin Ebadi, Berta Cáceres, Chico Mendes, Vandana Shiva, Wangari Maatai.…

Estas personas y otras muchas que podríamos citar fueron portadoras de utopías, cada uno en su tiempo y en su terreno, e iluminaron el camino para que pudiéramos caminar en dirección a la utopía por la senda de la esperanza, de la docta spes, sabia esperanza. Fue esta esperanza la que les impidió caer en el fatalismo histórico, pensando –mejor, creyendo- que el futuro ya está escrito y que la historia terminará en un gran fracaso.

La docta spes evitó igualmente que cayeran en el optimismo ingenuo, pensando que las cosas cambian por arte de magia. En todas las personas citadas ética y utopía caminaron juntas, al unísono. No hay utopía sin axiología moral, como tampoco hay ética sin horizonte utópico. En todas convivieron razón y esperanza.

Ciertamente, muchas personas utópicas fueron desacreditadas, sus proyectos deformados o falseados por sus adversarios, sus ideas descalificadas por los ideólogos del sistema. Otra fueron condenadas a muerte, asesinados… Y todos acusados de idealistas, ilusos,  populistas, Pero, ¿fracasaron realmente?

Creo que no. Sus ideas fueron enarboladas por personas y grupos que las llevaron adelante, no pocos de sus proyectos se hicieron realidad y los que no se llevaron a cabo siguen pendientes, pero no se han descartado. Estas personas son referentes morales a seguir. Sus utopías iluminan el camino en la oscuridad de la historia. Dejaron el terreno abonado para que diera sus frutos, de los que no pudieron beneficiarse, pero sí lo hicieron las generaciones futuras.

¿Fracasaron los proyectos y los movimientos revolucionarios de 1848? Responde el historiador inglés Eric Hobsbawn: “Dos años después de 1848 parecía que todo había fracasado. Pero a largo plazo no había fracasado. Un buen número de medidas propuestas por los revolucionarios fueron implementadas. Fue, por lo tanto, un fracaso inmediato. Pero, a la larga, fue un éxito, pero no ya en forma de una revolución”.

¿Qué utopía rehabilitar?

La rehabilitación de la utopía no puede hacerse a cualquier precio y de manera abstracta. Por eso es necesario establecer las características de la misma, que resumo en las siguientes:

. Utopía no mitificada, que no nos haga regresar a edades de oro que nunca existieron.

. Guiada por un interés emancipatorio y liberador, y no utilitarista y mercantil.

. Con intencionalidad ética y estética.

. Abierta a la alteridad, conforme al principio de la filosofía ubuntu africana “Yo soy, si tú también eres”

. En un horizonte laico, donde quepan todas las creencias religiosas y las no creencias.

. En la perspectiva de las víctimas.: Escribe Albert Camus: “Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen”.

. Integradora de la pluralidad de alternativas para no caer en la uniformidad.

. Que son se limite a la actitud iconoclasta, sino que compagine crítica y propuesta.

. Que guíe la praxis y oriente hacia ella: Escribe Adela Cortina. “Sin futuro utópico en el que quepa esperar y por el que quepa comprometerse, carece de sentido nuestro actual presente”.

. Que contemple la imperfección como inherente al ser humano y la posibilidad del fracaso para evitar construir paraísos celestes en la tierra, que, a la larga, pueden convertirse en infiernos, y que sea capaz de levantarse de sus fracasos. Decía Nelson Mandela: “La mayor gloria no es nunca caer, sino levantarse siempre”.

. Utopía que, según Walt Whitman, se proponga e intente alcanzar metas, pero también superarlas, para evitar caer en “la melancolía del cumplimiento” (Bloch).

. Utopía descolonizadora, que no absolutice ni imponga una visión etnocéntrica del futuro sino que respete y reconozca otras visiones utópicas, otras miradas al futuro y posibilite el diálogo igualitario entre saberes y sabidurías, utopías y pensamientos utópicos de las diferentes tradiciones filosóficas, culturales y religiosas.

. Utopía feminista, que libere a la sociedad del sistema de dominación patriarcal, elimine las discriminaciones y la violencia de género y devuelva a las mujeres el protagonismo que el patriarcado les ha negado.

. Utopía que armonice la democracia y la revolución. Históricamente ambas han opuesto y colapsado. Para salir de la opción carcelaria en la que, según el científico social Boaventura de Sousa Santos, vivimos encerrados entre fundamentalismos distópicos y mañanas sin pasado mañana, para que el futuro sea de nuevo posible, es necesario que democracia y revolución se reinventen y se convoquen de manera articulada, conforme a su lúcida y creativa propuesta: “democratizar la revolución y revolucionar la democracia”[19].

Conclusión e invitación

¿Optimista o pesimista? ¿Utópico o distópico? Es la pregunta que suelen hacerme al final de mis clases, cursos y conferencias sobre la utopía. Tomando prestada la definición de mi amigo y maestro el científico social Franz Himkelammert y por muy contradictorio que parezca –es casi un oxímoron-, me defino como “pesimista esperanzado”. Pesimista, porque la realidad no da para ser optimista. Estamos sometidos a una serie de sistemas de dominación en racimo que se apoyan y legitiman, cuyo objetivo último es robarnos la esperanza, robársela a las personas y colectivos empobrecidos, que es, posiblemente, uno de los mayores latrocinios que está cometiendo el neoliberalismo.

Pero al mismo tiempo soy esperanzado, porque ese pesimismo no me lleva a cruzarme de brazos, sino que me induce a actuar, y la acción es ya de por sí una respuesta al pesimismo ambiente. Coincido con Antoni Gramsci cuando habla del «pesimismo de la razón y del optimismo de la voluntad», y con el intelectual peruano José Carlos Mariátegui, que se refiere al «pesimismo de la realidad y el optimismo de la acción».

Por eso invito a:

.Conocer las grandes utopías tejidas por la Humanidad a lo largo de su historia y leer la literatura utópica de todos los pueblos: la República de Platón, la Isla del Sol, de Yambulo; la Era del Espíritu de Joaquín de Fiore la Utopía quiliástica, de Thomas Müntzer y los anabautistas, la Utopía de Tomás Moro, creador del neologismo, la Ciudad  del Sol, Tomasso Campanella, la Nueva Atlántida de Francis Bacon, las utopías del Buen Vivir de las comunidades aymaras, quechuas y qichwas, de la Tierra sin Mal, de los guaraníes, de los Quilombos, de los afrodescendientes de Amerindia, que he visitado recientemente con motivo de mi participación en el Foro Social Mundial celebrado en Salvador de Bahía.

. Leer también las distopías para no caer en los idealismos, viajes al cielo sin hacer pie en la tierra, ni en los optimismos ingenuos en los que con frecuencia ha caído el pensamiento utópico.

. Cultivar los géneros literarios utópico y distópico, sin que este fagocite a aquel ni conduzca a un interminable invierno anti-utópico, estación que a los sectores conservadores e instalados les gustaría convertir en la única del año, de la vida, de la historia, y sin que el género utópico nos transporte a las esferas celestes y nos lleve a perder el sentido de la realidad a transformar.

. Crear heterotopías (Michel Foucault) y feminotopías (Mary Louise Pratt). .

. No contraponer utopía a tiempo pasado, porque el pasado está preñado de futuro y la utopía mira también al pasado como laboratorio de esperanza.

. Traspasar la realidad, como pide Bloch, y pensarla más allá los límites de lo posible, como sugiere Walt Whitman: “Antes del alba, subí a las colinas, miré los cielos apretados de luminarias y le dije a mi espíritu: cuando conozcamos todos estos mundos y el placer y la sabiduría de todas las cosas que contienen, ¿estaremos tranquilos y satisfechos? Y mi espíritu dijo: No, ganaremos esas alturas para seguir adelante”.

Vivir utópicamente, sin renunciar a los sueños, sobre todo a los sueños despiertos.

Desde la heterodoxia y la frontera, mis lugares naturales, en los que me ubiqué muy pronto en mi Castilla natal, como reconoce mi hijo Roberto Tamayo Pintos en el prólogo de mi libro Desde la heterodoxia. Reflexiones sobre laicismo, política y religión[20], el camino que he seguido y seguiré en adelante es el de la esperanza en dirección a la utopía. Preferiría hacerlo en compañía, no en solitario, porque esperar es siempre co-esperar. Os invito a acompañarme para no perder el norte, ni instalarme cómodamente en el orden establecido, que más que orden es des-orden.

[1] Cf, el excelente comentario de la teóloga feminista mexicana Elsa Tamez, Cuando los horizontes se cierran. Relectura del libro de Eclesiástés o Qohélet, DEI, san José (Costa Rica), 1998.

[2] Tony Judt, Algo va mal, Taurus, Madrid, 2010, 211.

[3] Para una profundización en las ideas que desarrollo en esta lección jubilar, cf. Juan José Tamayo, Invitación a la utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis, Trotta, Madrid, 2012; 1ª reimpresión, 2016.

[4] Edward Schillebeeckx, “Hacia un futuro definitivo: promesa y mediación humana”, en A. VV., El futuro de la religión, Sígueme, Salamanca, 1975, 41.

[5] Miguel Abensour “La conversion utopique: L’ utopie et l’ eveil”, en L’ homme est un animal politique. Utopiques II, Les Éditions de la Nuit, Arles, 2010, 7.

[6] Ernst Bloch, El principio esperanza III, Trotta, Madrid, 2007, 510.

[7] Cf. Juan José Tamayo, La “otra vida”, Mañana Editorial, Madrid, 1977; “Utopías históricas y esperanza cristiana”, en Casiano Floristán y Juan José Tamayo, Vaticano II, veinte años después, Cristiandad, Madrid, 1985; Cristianismo: profecía y utopía, Verbo Divino, Estella (Navarra), 1987; Afirmar la utopía, combatir el desaliento, Murcia, 1987; El hechizo de la utopía: número monográfico de la revista “Biblia y Fe” (Madrid), vol. XX (marzo-agosto 1994), que dirigí y en el que escribí los artículos “Utopías históricas y esperanza cristiana” y “Ernst Bloch: filosofía de la religión en clave de utopía”; “Historia del pensamiento utópico: ética y esperanza”, en Instituto Superior de Pastoral, Utopía y esperanza, Verbo Divino, Estella (Navarra), 1997, 13-66.

[8] “La vida mortal de Thomas Moro, escribió en nuestra habla, Fernando de Herrera, varon docto, i de juicio severo; su segunda vida escribió con su sangre su muerte, coronada de victorioso martirio, fue su ingenio admirable, su erudición rara, su constancia santa, su vida ejemplar, su muerte gloriosa, docto en la lengua Latina, i Griega. Celebraronle en su tiempo Erasmo de Roterdamo, i Guillemo Budeo, como se leer en dos cartas suyas, impressas en el texto desta obra, llamola Utopía, voz Griega, cuyo significado es, no ai lugar”, “Noticia, inicio, i recomendación de la Utopia, i de Tomás Moro”, en Utopía, de Tomas Moro, traducida de latín en castellano por Don Geronimo Antonio de Medinilla y Porres, Córdova, 1637.

[9] Cf. Patrice Vermeren, “El mapa del mundo y el ataud de la utopía”, en Scheheresade Pinilla Cañadas y José Luis Villacañas Berlanga (eds.), La utopía de los libros. Política y Filosofía en Miguel Abensour, Biblioteca Nueva, 2016, 93.

[10] Moliner, Diccionario de uso del español, tomo II, 1981, 1.428. Moliner remite a los conceptos «ilusión» e «imposible».

[11] Nueva Enciclopedia Larousse, t. 20, 1982, 10.050.

[12] Ibid., 98.

[13] Cf. Alain Touraine, Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy, Paidós, Barcelona, 2005.

[14] C. Castoriadis, La cuestión de la autonomía social e individual. Contrapoder, 2, p. 2

[15] Edgar Morin, Mis demonios, Kairós, Barcelona, 205, 291.

[16] Cf. Francisco Serra Giménez, “Pensar la utopía a partir de la obra de Miguel Abensur”, en Scheherezade Pinilla Cañadas y José Luis Villacañas Berlanga (eds,), o. c., 105-120.

[17] Cf. Juan José Tamayo, Invitación a la utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis, o. c., 259-278.

[18] Info-libre, 14 de agosto de 2013.

[19] Boaventura de Sousa Santos, “Para que el futuro sea de nuevo posible”: Público, 17 de abril de 2017: http://blogs.publico.es/espejos-extranos/2017/04/18/para-que-el-futuro-sea-de-nuevo-posible/

[20] “Roberto Tamayo Pintos, “La heterodoxia como estilo de vida y modo de pensar”, en Juan José Tamayo, Desde la heterodoxia. Reflexiones sobre laicismo, política y religión, Ediciones El laberinto, Madrid, 2006, 7-11.